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domingo, 26 de abril de 2020

Ángel Miguel Queremel: de la nitidez de la forma a la profundidad del abismo

Por: Wilmara S. Borges Álvarez. 


La poesía en Ángel Miguel Queremel es una canción que se pasea magistralmente por distintos tonos, ritmos y tempos. Este poeta falconiano nacido en la ciudad de Coro en 1899   estuvo desde muy joven influenciado por el quehacer literario de su padre Pedro Miguel Queremel y por la sociedad escrituraria de principios del siglo XX en Coro. Tres de sus poemarios fueron rescatados en 1980 por la Asamblea Legislativa del Estado Falcón en una antología en la que agruparon Barro Florido (1924), Tabla (1928) y Santo y Seña (1938).

Lo que se presenta en las próximas líneas es un comentario sobre esta antología donde se describe lo que es recurrente en la escritura de Queremel. A simple vista los temas que toca el autor en los dos primeros poemarios están sueltos, son disímiles y parecieran haber sido escritos en distintos tiempos o circunstancias, no obstante, hay una valiosa particularidad en estos textos y es la manera magistral en la el autor elabora una especie de escultura cuya forma solo es comprensible si se aprecia en conjunto, desde una visión total puesto que cada parte está sujeta por un hilo, que a diferencia de lo que se espera en cualquier obra literaria, no es un tema, sino un signo. Un elemento que se va planteando desde distintas perspectivas pero de manera constante. Los temas son variantes, pero el elemento es fijo. Algo similar sucede en los cuentos de la antología La flor que no cayó en su otoño del escritor Julio Garmendia, en donde el elemento de la flor hila desde el título hasta el último cuento toda la obra de manera casi imperceptible.
La simbología en Ángel Miguel Queremel es abundante, pero se plantean elementos que son constantes y de éstos se toma uno que teje la obra con admirable sutileza. Ello es parte de lo que a continuación se comenta:
Barro Florido canta la inquietud de la mocedad, la rebeldía del espíritu frente al dilema del bien y el mal, el cielo y el infierno; canta el desamor, la búsqueda de lo deseado, el amor solitario; y le canta también a la noche, a la oscuridad y, de manera recurrente, a las estrellas y lo hace con un especial cuidado de la forma, de la medida del verso (que es mayormente octosílabo o alejandrino) y de la estrofa (que la compone en algunos poemas de tres versos y en otros de cuatro versos), de la rima que es mayormente consonante.
Este poemario se divide en tres partes: El peregrino perdido, La feria de los caprichos y Las voces estremecidas. Cada una de estas partes representan momentos diferentes, temas distintos aunque vinculados por el hilo de las estrellas que funge como un elemento constante y figurativo del sentimiento que el poeta no expresa con palabras sino que lo regala total en esa imagen cuya semiótica varía según el estado sentimental del poeta.
Otro elemento que llama la atención por el hecho de que también está presente en el poemario Tabla es el circo. Ambos poemarios (Barro Florido y Tabla) inician con una alusión al circo, esa es la entrada, la “bienvenida” que el poeta da a sus lectores y ello refiere una dirección, es como el mapa de la obra. El circo representa la vida misma del poeta, siguiendo la alegoría de la canción que hemos adoptado al principio, el circo viene a ser el coro. El peregrino perdido inicia así:
La feria de mi corazón
Inaugura su “troupe” de circo:
Un acróbata da un brinco;
El faquir merienda fuego;
Un oso rueda el balón;
Y al relámpago del trapecio
Se persigna el “clown”.

Suena un fo-trot.

Y mientras baila por la pista
Pegaso da una coz…

Luego de esta  entrada que da la bienvenida a la casa del poeta que es la poesía, que es él mismo, el que le dicta al que escribe, que es el que siente (aludiendo a Borges), y que refiere a diversos temas, Queremel se expone a través de su palabra. Como ya se ha dicho el hilo que teje este poemario es el elemento de la estrella. Veamos:


En la segunda, cuarta, séptima y décima estrofa de La Humilde canción Queremel refiere:


(…)

Yo sé que algún día la estrella lejana
Bañará mis sienes con su luz cristiana,
Y será su beso como el de una hermana.
(…)
Yo sé que algún día, la estrella, el torrente,
la flor y hasta el trino veré indiferente,
como a cosas más, silenciosamente.
(…)
Y bajo la estrella palidezco todo,
Y soy más de carne y soy más de lodo,
Y temo al camino porque hay un recodo;
(…)
De sentir la estrella sobre mi cabeza…
Y estoy bien pequeño, pobre, inadvertido,
Bebiendo mi sorbo de humilde belleza
En mi tosco vaso de barro florido!

En este poema en el que se manifiesta la pequeñez del aprendiz que anhela ser maestro, la estrella se presenta como referente de la sabiduría que está lejos, pero que el poeta guarda la seguridad de que vendrá a sí algún día. En este caso, la estrella es un elemento expuesto y explicado en el mismo poema, pero se presenta de manera diferente en el poema La musa desnuda, en el que no se hace mención de este elemento en ningún verso.


El poema La musa desnuda es un canto erótico y desgarrador de un enamorado a su amada que parece inalcanzable y a quien no nombra pero describe en una especie de acertijo. El segundo y el último párrafo de este poema dicen:

(…)
¡Amor…! Surge desnuda
Y baila sobre rosas una danza macabra;
Mi Salomé, que sea tu boca siempre muda
Y sea tu desnudez la gran palabra!
(…)
Sangra mi alma. ¡Amor! Mi corazón
Es una espina entre rosales;
¿tu nombre? Son siete letras, y son
Como siete puñales…

Es atrevido aseverar lo que supongo, puesto que carezco de evidencia suficiente, pero las conjeturas me llevan a pensar que ese nombre es Estrella. En ese caso este elemento pasa a ser, en este poema, una figura mística que representa la pasión y el erotismo. En el siguiente poema de la primera parte de Barro Florido la temática cambia y se reviste de misterio, sombra y pesadilla. El peregrino maldito se titula el poema y recoge en sus versos mucho de la simbología e imágenes dantescas para contar o cantar con una perfecta rima consonante la tragedia de un alma peregrina que es despojada de su cuerpo por unos perros infernales, planteándose una lucha entre el alma y los canes que termina con el silencio definitivo del alma. Los versos finales de este poema refiguran el elemento de la estrella de la siguiente manera:


Los perros huyen. En la nada

Resuena un ladrido fatal;
Bajo la noche estrellada
Se limpia la tierra de mal.
La noche sacude su manta,
Y a los canes de maldición
Con estrellas los amamanta
En la sombra de su pezón…

Las estrellas se comportan en este poema como alimento de entidades infrahumanas que habitan en la noche y hay que entender que todo es una composición interna del poeta. Todos los elementos están dentro de él, nada parece estar fuera: el hombre, el alma, los perros o demonios, la lucha, el camino, el andar y el desandar, el silencio, la noche,  y finalmente, las estrellas, todo es parte del poeta. Entonces las estrellas vienen a ser ese elemento del que se nutre una parte de él, la parte más oscura de él.


Otro poema de esta misma primera parte de Barro Florido en el que se vuelve a encontrar el elemento de la estrella es que titula Abre mi corazón:

(…)
Algo de anáfora y musa joven tiene
Tu silueta llena de claridades;
Y envuelto en una luz de estrella, viene
El hilo manso de tus suavidades…
(…)

En este poema el poeta toma a la estrella como elemento representativo de belleza femenina, pero en el poema siguiente de la antología que se revisa, que titula Intermizzo le atribuye una visión muy distinta. Abandona la palabra erótica y enamorada para retomar la lucha interior y se apropia nuevamente de la estrella diciendo:

(…)
¿Ir? ¿Hacia dónde? Ya no queda
En la senda ni un recodo!
Una voz:
No importa; buscarás con mano de seda
Una estrella en el lodo…

En esta estrofa, la estrella vuelve a significar sabiduría, pero ya no la presenta el poeta como algo que está lejos y el aspira, sino como algo que le pertenece y ha perdido y está obligado a retomar, a encontrarla en medio de todo lo turbio y decadente que representa el lodo. El mismo significado, pero con otro matiz se aprecia en el poema Respuesta:


(…)

Obsesionado, alucinante, inquietante,
Por lo trivial y por la cosa bella;
Y pensando que tras todo lo distante
Siempre me está aguardando alguna estrella!
(…)

En este poema la estrella es también esperanza, brillo, luz, pero sobre todo, sigue siendo sabiduría, descubrimiento; En Queremel, así como la estrella significa entre sus líneas, la falta de estrellas también lo hace. Hay poemas en los que no se hace mención del elemento y ello también tiene un significado, de forma particular en la segunda estrofa del poema Paisaje se lee:


(…)

El agrio tinte huraño del verde campesino
Mancha un cielo sin luces, monótono, uniforme…
Y en medio del paisaje el tedio de un molino
Enrollando el silencio sobre su rueda enorme…
(…)
La falta de estrellas en la descripción que se presenta en este poema alude a quietud, falta de movimiento, silencio (sin pensamiento), estabilidad, tedio. Se trata de una quietud propia de la ausencia humana en su totalidad, carente de pensamiento y sentimiento, puesto que el silencio, la quietud y la soledad propias del ser sí se representan en Queremel mediante el elemento en cuestión, como se aprecia en Sensación de soledad:
(…)
Sobre la tierra dura cae la luz desmayada
De los cielos marchitos con virueles de estrellas;
La tierra está de sangre empurpurada
Llena de rasgaduras y de huellas.
(…)

En el poema Comentario lírico (también de la primera parte de Barro Florido) se pasea por imágenes propias de la religión cristiana del bien y del mal, va de lo sagrado a lo profano y regresa y vuelve a ir y termina con la siguiente estrofa:

(…)
Amas algo que en una estrella
En la tiniebla del Arcano,
Alma y carne son todo de ella:
¡amas la Quimera, hermano!

El canto refiere a una búsqueda del ser que se debate entre la obediencia que deviene del castigo impuesto por la religión y la rebeldía del alma que ya ha probado del fruto prohibido del saber y el conocimiento, en este poema la estrella es la Quimera (así, con mayúscula),  y la Quimera es el conocimiento pleno, otra vez, la sabiduría.


En este punto hay que acotar que leer varios pasajes o poemas de Ángel Miguel Queremel en Barro Florido es leer algo distinto bajo cada título, no se trata del mismo tema dicho de variantes maneras, son cosas distintas, es un paseo por la aventura del circo que describe en la entrada, se le percibe en ocasiones ingenuo, humilde, niño… y de pronto, de seguido, se encuentra, en otro poema, tenebroso, místico, denso, se percibe el eco de un Elías David Curiel en una temática en la que bien podría encajar el peso de José Antonio Ramos Sucre, y a la vuelta de la página, está con la mirada temblorosa y brillante, y el corazón acelerado, suspirando, recordando, añorando, solo, enamorado. Y acto seguido se le ve expectante describiendo el paisaje y los personajes de su pueblo o su lugar de estadía para luego descender una oración a Verlaine y seguidamente implorar misericordia al Dios de los judíos.  Es un espectáculo pleno, este poemario, en donde la estrella se comporta como el signo del poeta.

En la segunda parte de Barro Florido titulada La feria de los caprichos están presentes imágenes carnavalescas, esta parte inicia con la misma entrada de la anterior y en el transcurso de los poemas el poeta juega con alegorías que van conformando la feria que es esta parte del poemario. La semiótica es muy rica. No solo la estrella es signo constante, abundan otros que van emergiendo hasta apoderarse de la fijación del escritor en producciones posteriores tales como la rosa, el agua, el navío, la figura de la niña, y otros asociados a estos como la flor, la noche, la oscuridad y el marinero. Otro elemento también presente y crucial es el barro, y aunque, no hay una mención constante, fija; las menciones que hay son precisas y vertebrales, tampoco se aprecia a primera vista la conexión directa entre el barro y la flor, pero no por azar, el poemario se llama Barro Florido.

En esta segunda parte, Queremel asocia a la estrella directamente con la mujer en tres breves poemas, el primero de ellos es Reconocimiento:


-¿Cómo te llamas?

-La sombra
-¿Dónde vas?
-A la noche
-¿vienes…?
-De la oscuridad, de lo alto.
No me conoces, poeta, no.
-¡Ah! Ya te conozco: te llamas
Estrella!

En esta parte, la estrella, con todo el peso semiótico atribuido por Queremel, se hace alcanzable, se personifica y ya es más propia del poeta, por lo que no implica ya la búsqueda y el anhelo que se manifiesta en la primera parte titulada El Peregrino Perdido. El otro poema breve es Oración con estrellas:

… Después cerró los ojos
Y enmudeció
Para siempre.
¡veinte años apenas contaba!
Aquella noche
Recé una oración de veinte estrellas
Bajo el cielo azul…!

A diferencia de los demás poemas que se han comentado hasta ahora, en este, por primera vez, se contempla la imagen de la estrella sin más atributos, ni significado que los que le son naturales, lo que indica que la apropiación de la carga semiótica adicionada a este elemento ya está consolidada  por el poeta. El tercer poema se titula Miedo:


Dentro, la mujer

Muestra
Sus dientes sensuales,
Lácteos y alucinantes.
Y, fuera,
La noche,
Monstruo negro,
Enseña
Sus colmillos de estrella.

Vuelve, la estrella, a ser tratada en su justa dimensión, este elemento sigue hilando la obra del poeta, pero desprovista del poder que ejercía sobre él en la primera parte. Se contempla ahora como un elemento que sirve para establecer similitudes y metáforas sin ser ella el elemento metaforizado.


La tercera y última parte de Barro Florido se titula Voces estremecidas. En esta tercera parte el poeta ya no se esmera tanto en la búsqueda sino más bien en la realización, la voz de Queremel se siente más adulta, todavía lejos de Santo y seña pero ya le es propio lo que antes buscaba. Ya escribe otro que no es un peregrino perdido sino que tiene su propia voz, que no es una, sino varias: voces estremecidas. Esta tercera parte ya no inicia con un festín colorido y escandaloso sino con un breve poema que titula El barro florido:


Son sangre de mis heridas

-mis heridas mal curadas-
Voces a tiempo calladas,
Mis voces estremecidas…

En esta parte, el poeta le canta al desamor, la desventura, se presenta también lo religioso, pero ya no como un vaivén entre el bien y el mal en un mismo poema, sino que se manifiesta completamente profano en Oración a Verlaine  y completamente cristiano en Fe. La estrella ya no se camufla, ni se hace acompañar de otras imágenes, ya no le canta a la estrella sino que la utiliza para cantar y ello pone de manifiesto una trasmutación en la producción poética que es reflejo de lo que acontece en el interior del poeta, no obstante aún mantiene la presencia de la estrella en su poesía, titulando uno de sus poemas Estrella:


La dije: -¡Mira! [sic]

Y había una estrella
En la penumbra, trémula…
Ella, nada veía!

Temblaba la verdad en mi secreto.

Y otra vez: -¡Mira!
Nada había
Entre la noche negra
Y ella me respondió: -Sí, la veo, la veo…

Y así nació la estrella!


En este poema, la estrella no está, aparece porque alguien más desea verla, es pues un canto a la utopía. En otros dos poemas de esta última parte de Barro florido vuelve a referirse a la estrella: en Cuatro palabras se aprecia como elemento de filiación que alude a los seres amados que han partido de este mundo y se prefiguran en la estrella, y finalmente el poema Milagro lo inicia con los versos: con mi boca cerrada, en una grieta, / di un grito hacia la estrella. Colocando a la estrella como el principio y el fin, siendo este  el nudo que le coloca a este hilo en Barro florido.


El nombre del siguiente poemario publicado en 1928, Tabla, alude sin duda al teatro. Está presente el show, el circo, el color, diálogos, personajes, ambientes, luz. El tono que emplea Queremel en este poemario es desenfadado, los temas son triviales y variados, ya no es tan fiel a la rima aunque sigue siendo cuidadoso de la forma, se manifiesta con énfasis el elemento del mar que enlaza con la estrella. Sus cantos van dirigidos al paisaje, a la gente, a lo que acontece fuera de él frente a sus ojos y también al desamor, al amor solitario, al idilio, pero no con tono dramático, sino como un pasaje infantil. Este poemario es una colección muy selecta de estampas lugareñas hiladas por el mar.


Tres años después de publicar Tabla, Ángel Miguel Queremel empieza a gestar Santo y seña. Este poemario es escrito por un Queremel muy distante del que escribió Barro florido y Tabla. La estampa trivial e ingenua de Sevilla y otros lugares de España, así como esa búsqueda egocéntrica e inacabada que se constituye en lucha y desciende y deja de ser búsqueda en el verbo soberbio y deja de ser soberbia en la humildad de la palabra enamorada o en el temor divino, se transforma en caos,  la rima se desbarata, se pulveriza, no solo por el efecto espontáneo de la adaptación a las nuevas corrientes, sino por el efecto abrupto de la guerra civil española en la psiquis del poeta. El canto se transforma en lamento y Queremel experimenta la novedad de la muerte y la tragedia y la transforma en poesía.


En Santo y seña continúan las alusiones al cosmos y al mar, a las rosas y al barro pero ahora vinculadas a una significación lúgubre; los colores y el circo desaparecen. Estos poemas se acercan a la voz de Elías David Curiel por el simbolismo presente y abrazan también la voz de José Antonio Ramos Sucre en cuanto al tono profundo y vívido. Queremel plantea lo que siente en el sentir de otros, protagonistas invisibles de la guerra. Un fragmento de Escultura para la fuente del jardín no plantado dice:


Tú levantas los cielos con finas falanges:

Bandejas de palomas de cercenados cuellos.
Tras nubes te sonríen macilentos arcángeles
Blandiendo sus espadas con ademanes quedos.
(…)
Mimbres rompe la brisa con enlunados dientes
Azotando tu inmóvil permanencia hechizada.
¿Quién abre en tu dominio su abanico de muerte?
¿Qué sombra adulta nace en el vientre del agua?
(…)

Las imágenes que dibuja Queremel lo integran en un modernismo que no es un espectro raro o una versión aislada y muy particular como lo ha interpretado (malinterpretado) la crítica que yace sobre Elías David Curiel y Ramos Sucre. Santo y seña se agrupa con la obra del cumanés y la de Curiel en un movimiento que reinterpreta al modernismo venezolano. Lo social se concibe desde la voz que, en medio del caos, nadie escucha; no es una denuncia, es un delirio, el delirio que deviene de la necesidad de ser escuchado en medio de la nada.


El poema Manifiesto del  soldado que volvió a la guerra dice en fragmento:


(…)

Sabedlo.
Yo sé a lo que suena
La bala que hiere el cuerpo del compañero ya muerto,
Y lo que dice el viento que hiere el arpa de las alambradas…

Sabedlo, compañeros, y olvidadlo.

Olvidadlo. Olvidadlo. Olvidadlo.

Yo volveré con ellos.

Con vida volveré y hasta sin ella.

Me llevarán las hadas moradas de la brisa

O el aire verde de los acordeones,
Me llevarán sollozos y blasfemias,
Me empujarán esquinas y avenidas…
Pero jamás me preguntéis. Es un secreto, compañeros.
                                   
                                    ¡Un secreto!
                                            Sabedlo.

Santo y seña dibuja la muerte, maquilla la desesperanza, hace eco de la soledad y se apropia de la figura de las aves, los arcángeles y la cruz a lo largo de los poemas que la conforman  para describir la agonía y el sufrimiento.  La densidad que se aprecia a ratos en Barro florido, en medio de una búsqueda existencial, se consolidad en la profundidad abismal de Santo y seña.


La obra de Ángel Miguel Queremel es una obra sólida que plantea una propuesta modernista que trasciende el purismo de Rubén Darío y se acerca más a una transición, que según Virgilio Medina, va de lo místico a lo social con un acento surrealista:


 Así es, y no por abstrusas veleidades, que Queremel comienza a evolucionar de poeta puro a poeta social (…) Esto se pone de manifiesto en su último libro “Santo y Seña” donde la inspiración surrealista aflora en los primeros cantos, para dar paso posteriormente a poemas de corte y acento como los de “España en el corazón” de Neruda y “España aparta de mí este cáliz” de Vallejo. Esta obra, última de Queremel, filia su fe en los destinos humanos del hombre y revela sus innatas condiciones de artista verdadero, propietario de una sorprendente capacidad de asimilación.

Más allá de la crítica literaria, que es injustamente escasa en este autor, se debe situar la obra de  Queremel donde corresponde, que es al alcance de todos los lectores de buena literatura. La gran hazaña de Ángel Miguel Queremel no fue pertenecer al Grupo Viernes, ni ser parte de una generación de escritores en la que se le menciona como si solo hubiera contado su asistencia constante a las tertulias sin mayores aportes más que ese.

 Queremel tiene voz, sus inicios en Coro, que implicaron la participación en las tertulias a las que asistía con su padre Pedro Miguel Queremel y su tía Luisa Queremel; las pláticas con los miembros de las Sociedades literarias de principios de siglo XX en Coro y el hecho de haber tenido por maestro a Elías David Curiel; su larga estadía en España, que le valió la influencia de los movimientos que se daban en esta polis y la participación en grupos literarios, así como las vivencias personales que abrieron sus sentidos más allá de los límites por él mismo imaginados; y el regreso a su país natal donde continuó participando en grupos importantes y solidificando sus vivencias, configuraron un carácter literario firme. El modernismo que se aprecia en Queremel es un aporte significativo a la literatura falconiana y nacional y el contenido de su obra constituye, lejos de lo que ni siquiera se ha tomado la molestia de pensar hasta hoy, un reto de gran valía para la crítica literaria de altura.


sábado, 5 de enero de 2019

LITERATURA FALCONIANA ACTUAL: COMPROMISO Y PROMESA DE LO QUE SOMOS


La literatura falconiana de estos primeros dieciséis años del siglo XXI es la expresión escrita de la grandiosa diversidad que nos hace y nos dibuja ante el mundo como un espacio de encuentro entre lo árido y lo fluvial, el calor tropical y la frescura montañosa; es  búsqueda, encuentro y desencuentro constante del ser que se desplaza entre el dolor, la muerte, el renacer, lo cotidiano y lo inesperado en voces que gritan, suspiran, reclaman, alaban y describen la vida desde espacios disímiles, colmados de complejidad y sencillez (nunca de simplicidad), se trata de ese espacio de intimidad que se hace común cuando el escritor decide darle forma literaria, pero también es posible toparse con ese otro espacio comunitario que se hace íntimo en la palabra de quien escribe.

Los temas que emergen desde las distintas voces de la literatura falconiana abrazan un solo tema desde diversas perspectivas (creo que toda la literatura (especialmente la poesía), en general, hace lo mismo), el gran tema es la vida y cada quien la interpreta desde donde la materia que su estado sentimental le ofrece  -diría Amado Alonso- le permite interpretarla, así Ennio Tucci, por ejemplo, interpreta la vida desde su bicicleta que desanda con él a cuestas por las calles de Coro y se confunde ante la imagen de una mujer y se detiene ante la presencia del amigo y añora las tardes en la escalera de la vereda y el sabor de las tetas de la señora Margarita y que finalmente se detiene para saborear la escasez y la presencia de Dios manifestado en una niña cachetona que lo espera.

Otra poeta, escribe la ausencia de alguien que la hace ver en los pequeños detalles de los quehaceres diarios “De qué se trata” y va describiendo eso (de lo que se trata) con ternura, calma, desespero, llanto, alegría, rabia y paz; pero Jennifer Gugliota, también reclama y golpea con su palabra un sistema que nos convierte en números y letras y nos despoja del alma y no le da importancia a ningún sentimiento; y como ella, Flor Smith, describe desde la sensibilidad que otorga el día a día colmado de pacientes, enfermedades y “batas blancas” ese mismo sistema, y se hace una con la impaciencia del paciente, con la burla de la enfermedad y la impotencia (y la potencia) del médico que también es humano, y también siente pese a la insensibilidad del sistema al que se apega.

Mientras tanto, hay quien ve una novela o un personaje de farándula y lo disfruta y lo acaricia y lo vive y lo interpreta y lo reescribe y se divierte y nos divierte: vive. Es el caso de José Barroso y sus Crónicas de Narragonia. Este mismo autor, nos lleva de paseo por un cuerpo ajeno y nos hace sentirlo plenamente con la furia y la calma (no dual sino complementaria) de una “Pantera de Java”, y en otro espacio nos revela a su pueblo natal con sus costumbres, sabores y sentimientos en “Diario de los Santos” y en un lugar distinto, nos regala su visión sobre algunos poetas falconianos en un ensayo titulado “Poetas que viajan en la voz de un animal”. Otros ven y escriben la vida desde la enfermedad, desde la gracia (y la desgracia) de estar enfermos y vivir y gozar y sufrir la enfermedad que se hace uno con ellos: César Seco.

Existe quien interpreta esa misma vida desde la muerte, desde lo sacro, desde esa dualidad hombre – Dios que se conjuga en una sola persona que es Jesucristo, pero que también eres tú y soy yo y es él, esta interpretación la ofrece Nohé Gilson en su poemario “Oscura Agonía silente Grita”, y casi en antagonismo con esta visión se manifiesta el escepticismo religioso en  breves composiciones que adquieren en el lector la forma de un bisturí que empieza haciendo cosquillas hasta que penetra lenta, suave y mortalmente en el ego, eso lo logra Darío Medina con sus “Epigramas”.

Hay también quienes interpretan esa misma vida desde adentro: caminan alrededor del templo sin fijare en él, la bicicleta les pasa por un lado sin saber si detenerse o si bordearlos, la chica de los quehaceres es una imagen más o menos robótica que se divisa desesperada a lo lejos, el médico y el paciente acosan y persiguen a la vida, mientras ellos contemplan todo, pero se detienen sólo cuando la mirada apunta fija hacia su propio interior y escriben desde allí proyectándose a sí mimas en la vida de muchos, proyectando a esa vida a la que generalmente se le resta importancia y de la que no hablan ni comentan los medios porque no es la vida común, es la vida de una, es la vida: Emilis González desde el desamor que reta a la dignidad para engrandecerla o hundirla, Raquel Tirado desde el ser que nace, muere y renace cada día en una misma persona, Maylen Sosa desde la entrega absoluta y silente del alma, el pensamiento y el cuerpo.

Hay otro espacio importante que lo llena la metáfora, la alegoría que se desprende de la narrativa y que también es una interpretación de la vida, de lo que ocurre diariamente no en la calle, ni la casa, ni la escuela, ni en el trabajo, sino en ese mundo que tiene vida propia y que es habitado por más de uno. Uno sólo es el que escribe -diría Borges- los otros habitan, viven y a veces matan. Una breve y complicada interpretación de la vida en ese mundo la ofrece la narrativa de Ricardo Díaz Borregales, la cual es, en mi humilde opinión, muy prometedora.

Respecto a los géneros en la literatura falconiana actual es la poesía la que más se ofrece pero la narrativa, el ensayo y la crónica, también se manifiestan como géneros de envergadura que descubren la grandeza de la falconianidad a través de la manifestación literaria.  

En cuanto a las corrientes o movimientos literarios que caracterizan este periodo es atrevido y arriesgado hablar, no sólo por tratarse de una época que aún está siendo vivida y sentida y por tanto aún está adquiriendo forma, sino, y sobre todo, porque hablar de movimientos literarios en el estado Falcón implica reconocer una deuda que los académicos tenemos desde hace muchos años con nuestros escritores y con nosotros mismos. Sin embargo, puede verse a claras luces que hay un desplazamiento común en los temas que asaltan subconscientemente desde el contexto al texto literario: en el romanticismo parece ser el hombre el centro de todo, pero no es sólo el ego el que se apropia de las letras sino que la utopía, la pasión exacerbada por algo o alguien y la búsqueda constante e incansable del ser y el amor a la muerte se ponen de manifiesto en las creaciones literarias  desplazando a Dios (sin soltarlo) y acompañando al hombre; luego la exaltación de lo propio será el centro de las manifestaciones costumbristas y de lo exótico el de las creaciones modernistas.

 En las creaciones literarias que representan al estado Falcón en estos últimos dieciséis años, repito, es osado y muy arriesgado delatar a algún movimiento o corriente literaria, pero definitivamente, el centro de la escritura es la vida y sus fluctuaciones, cada escritor toma de ella lo que ella misma le ofrece y lo interpreta desde su ventura o desventura, optimismo o pesimismo, desde sus diversos estados de ánimo, desde el rechazo o la aceptación, en fin, desde el día a día que no es pasado ni futuro, sino presente eterno, petrificado en cada letra. Es lo que somos.